Contrario a la producción de prendas artesanales de antaño, el término “Fast fashion” fue adoptado a principios del siglo XX, por una industria donde predomina la fabricación de prendas desechables. Este término también hace alusión a la rapidez con la que adquirimos y desechamos las prendas; en cuanto nuestras prendas no estén bajo las últimas tendencias de moda se convierten en desperdicio, y adquirimos nuevas prendas con el cambio de temporada.
Si bien los hábitos de consumo contribuyen a gran parte de la contaminación por generación de residuos textiles, la industria de la moda tiene una larga cadena de suministro que tiene su origen en el sector agrícola y petroquímico. Su cadena de suministro incluye también un procesamiento de las fibras, manufactura de prendas y logística para llegar al punto de venta o el domicilio del comprador. Cada paso dentro de esta cadena, además de causar estragos sociales, tiene un impacto ambiental considerable debido al uso de agua, productos químicos y energía.
La producción de textiles, junto con el de aluminio, genera la mayor cantidad de gases efecto invernadero por unidad de material obtenido. La empresa consultora Quantis estima que la industria de la moda emitió alrededor de 4 giga toneladas de CO2 solamente en 2016, equivalentes al 8.1 % de las emisiones globales de CO2. La huella de carbono proveniente de esta industria es principalmente influenciada por la cantidad de uso y el origen de las fuentes de energía, incrementando aún más cuando se trata de prendas que requieren extracción de combustibles fósiles para la producción de fibras sintéticas.
Así como la huella de carbono, la huella hídrica de la fabricación de prendas desechables es elevada. Se estima que la industria de la moda utilizó alrededor de 79,000 millones de metros cúbicos de agua solamente en 2015, con un promedio de 200 toneladas de agua utilizadas por cada tonelada de textil producido. La mayoría del agua es empleada durante el cultivo de algodón y procesamiento de textiles. Así, para producir una camiseta y un par de pantalones, por ejemplo, el cultivo de algodón es responsable del 88 – 92 % de la huella hídrica.
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Más allá de la escasez de agua provocada, la industria textil genera una importante cantidad de aguas residuales debido al uso de productos químicos utilizados durante la manufactura de prendas. El agua contaminada a menudo tiene un tratamiento deficiente y los químicos tóxicos que lleva consigo son capaces de generar un efecto devastador en los mantos freáticos locales.
Dentro del alrededor de 15,000 diferentes químicos utilizados en la industria textil, una gran cantidad de ellos es utilizada incluso antes de ser procesada en prendas: los plaguicidas manejados durante el cultivo de algodón representan en términos económicos el 6 % del uso global de plaguicidas.
Otros químicos se asocian al hilado y tejido, así como el procesamiento en húmedo de los textiles. Su uso puede llegar a tal grado de que, por cada kilogramo de textiles producidos, se empleen más de 466 gramos de químicos, como en el caso reportado por una popular compañía europea.
Además, durante el manejo de químicos que representan un riesgo a la salud ambiental y de los trabajadores, frecuentemente no existen datos para su uso y disposición segura, incrementando así el riesgo ambiental por uso y disposición inadecuados.
Por otra parte, el incremento dramático en la fabricación de prendas desechables, ligado al consumo excesivo, ha resultado en el aumento de desechos textiles. Dentro los desechos de esta índole la principal porción surge de procesos llevados a cabo antes que la prenda llegue al consumidor: se estima que el 15 % de la tela utilizada durante la manufactura termina en la basura como retazos. Además, existe un gran problema con aquellas prendas que no son compradas: en el año 2016, Países Bajos reportó la incineración del 6.5 % de las prendas totales destinadas a venta.
Por si fuera poco, a los océanos llega anualmente medio millón de toneladas de microfibras, aproximadamente la misma cantidad que 50,000 millones de botellas de plástico. Estas microfibras son ingeridas por los animales en los océanos, pues son prácticamente imposibles de limpiar.
Con los efectos de globalización y sistema económico mundial actual, donde las empresas manufactureras buscan instalarse en lugares donde sus costos de producción se mantengan al mínimo, no es sorprendente que cada punto de la cadena de suministro ocurra en un país distinto. Esta práctica incrementa aún más la necesidad de transporte entre procesos y una distribución inequitativa de las consecuencias ambientales, así como una dificultad de evaluación de impacto ambiental.
Para subsanar los efectos negativos causados por la fabricación de prendas desechables, tanto los procesos de producción y actitudes de consumo deberán ser modificadas para garantizar la estabilidad a largo plazo de la industria de la moda, aunque este proceso represente el abandono total del modelo de moda rápida. Las transformaciones necesarias requieren de la cooperación a nivel internacional e involucran la adopción de una nueva mentalidad a nivel productor y consumidor.