La impactante noticia del incendio en el Amazonas, ha puesto de manifiesto ante la opinión pública, no sólo el papel crucial que esta zona del planeta juega en el equilibrio ambiental del mismo; sino también su fragilidad ante las acciones y omisiones humanas y los diferentes intereses políticos y económicos en juego en la zona.
La Amazonía es la selva tropical más grande del mundo, el ecosistema de mayor diversidad y la cuenca con más agua dulce, además de ser el principal responsable de la regulación del clima de Sudamérica, es una reserva vital de carbono que ayuda a hacer más lento el ritmo del calentamiento global. Esta región es compartida por nueve países de Sudamérica, Brasil cuenta dentro de su territorio con cerca del 60% de los 6,7 millones de km² que abarca la Amazonía.
Principales Causas
Una de las principales causas para la aparición de esta emergencia ambiental mundial, es la costumbre de quemar zonas de la selva para hacerlas factibles de explotación agrícola y ganadera que, combinada con la postura del gobierno de Brasil de incentivar este tipo de explotación en la zona, incrementaron el riesgo. Investigadores de Institutos y Universidades del Brasil coinciden en que el número de incendios en el Amazonas está directamente relacionado a la deforestación y señalan que; la falta de prevención es lo que hace que los incendios iniciados deliberadamente para despejar un área ya desforestada, para abrir caminos o preparar la tierra para cultivo, se propaguen a áreas que no se quería quemar.
Con más de 74.000 incendios registrados desde enero, según datos del INPE (siglas en portugués del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil), Brasil muestra un aumento de incendios forestales de 83% entre enero y agosto comparado con el mismo periodo del año pasado. En relación a estos incendios en el Amazonas, la presión de gobiernos e instituciones internacionales llegaría aún más fuerte a partir del 19 de agosto pasado, cuando Sao Paulo oscureció dos horas por el humo de los incendios forestales.
Un ejemplo de lo anterior es: que Brasil cuenta con el Fondo Amazonía, el cual busca “captar donaciones para inversiones no reembolsables en proyectos de prevención, monitoreo y combate de la deforestación, y de promoción de la conservación y el uso sustentable” de esta selva. El gobierno brasileño ha recibido dinero de tres fuentes: que en total han aportado US$1.288 millones, de los cuales el 94% fueron donados solo por Noruega. El 15 de agosto pasado el gobierno noruego anunció que suspendería el pago de este año, que ascendía a más de US$33 millones. Alemania, que este año se había comprometido a donar US$39 millones, también frenó el pago.
Por otra parte, otros países desarrollados han decidido invertir en la selva, El grupo de países del G7 (Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón, Canadá, Reino Unido e Italia), por ejemplo, ofrecieron US$22 millones para colaborar en la lucha contra el fuego.
Acciones y soluciones
En este momento las acciones tomadas para control de los incendios en el Amazonas, aunque se han abordado de forma más intensa, parecen ser tardías, insuficientes y desarticuladas; el incendio se ha extendido a otros países como Bolivia y Perú y las prospecciones acerca del daño ambiental son extremadamente pesimistas, ya que, hasta el fin de la estación seca, los incendios aún pueden extenderse de las áreas deforestadas hasta la selva virgen de la Amazonía brasileña.
El alcance total de los daños de este incendio en el Amazonas aún es imprevisible. La comunidad científica mundial seguramente emitirá sus proyecciones de la cantidad y forma en que este desastre ecológico nos afectará a todos nosotros. Las consecuencias de lo ocurrido en esta región de nuestro planeta, a pesar de que aún no son evaluadas en su totalidad, tienen carácter de tragedia ambiental. En este contexto también es válido cuestionarnos: si una situación similar ocurriera en los últimos reductos de selvas con las que contamos en nuestro país, ¿nuestra actuación sería más pronta y eficiente que en el Brasil?.